2 de febrero de 2024

Fondo de armario

Es fácil olvidar, una vez acostumbrada a las comodidades que me permito en el día a día. Es fácil olvidar cuando la rutina se adueña al fin de tus caballos, y te lleva por senderos siempre conocidos, seguros, alejados de fantasmas y peligros.


Tuve que reencontrarme con la soledad para recordar. La soledad y un golpe de suerte: una canción antigua, asomándose gracias al modo aleatorio de Spotify.


Me envolvió en su brutalidad, en la insistencia de su percusión, el delirio de sus cuerdas, y los gritos incesantes del vocal. Me dejé llevar, empujada por el recuerdo y la inercia de esos tiempos. Salí de mi cuerpo y me vi desde arriba, con una sonrisa en la comisura de los labios, la mirada feroz y peligrosa, como advirtiendo a quien se cruzase conmigo de que no era un animal con el que jugar. Hoy no. 


Me enfundé en esta coraza, el olor a miedo e incertidumbre aún impregnado en sus relieves. Recordé los pasos seguros que daba gracias a él, avanzando con fuerza y gracia hacia adelante, siempre hacia adelante, sin un vistazo a atrás. Era la proyección de todos mis deseos: deseaba ser vista como algo peligroso, algo raro e inusual. Algo con lo que no se bromea. Una chispa, un relámpago, una explosión.  Una provocación y una advertencia.


No sé si alguna vez lo conseguí, que me percibiesen como lo que yo me sentía en él, pero bajo ese abrigo yo encontré las paredes que necesitaba que me contuviesen, mientras el desastre se expandía en su interior, como agua en una tetera.


No me había percatado hasta ahora que quizá me metí tanto en este traje que temí acabar convirtiéndome en él. Un miedo estúpido que me acabó alejando de esta sensación de grandiosidad durante casi una década.


Y ahora la suerte y la soledad quiso que lo volviese a encontrar. No sé muy bien el motivo, quizá un recordatorio de que siempre estuvo y estará ahí para mi, para cuando me sienta frágil y perdida. Enfundarse en este traje de guerrera, para mi sorpresa, ya no trae ese miedo sino todo lo bueno que recordaba con un plus de nostalgia y alegría, como quien se reencuentra con un viejo amigo.


O quizá es que me acabé convirtiendo en lo que proyectaba, hace tantos años. Quizá el miedo desapareció porque entendí que mi fortaleza no venía de las melodías y las percusiones, sino de mi propio deseo de pisar fuerte y arrasar con mi presencia. Lo cierto es que este traje, ahora visto, se siente bastante familiar a los que llevo a diario: los que me contienen cuando salto a coger la siguiente presa, cuando exhalo el último esfuerzo al subirme a la barra, cuando mis pies aterrizan con seguridad en la roca del río, cuando me asombro de ver mi reflejo en el espejo.


Y me enorgullezco, al fin, de todos los pasos dados. De los trajes que tejí para contenerme, que me dieron un propósito y una aspiración sin yo saberlo. 


Hoy, tumbada en la alfombra de mi salón, sin más compañía que mis gatos y esas brutales melodías que me acunaron y protegieron durante esos años, puedo decir que siento que he llegado a ser quien quería ser. Seguiré pisando fuerte, ya no como un deseo, sino como forma de vida. En cada salto, en cada cruce de miradas ante el espejo. 


Un trueno en la noche. Un brote salvaje. Una carcajada. 


Una pregunta y una respuesta.



19 de enero de 2021

Noches de verano

 

Es una noche de finales de Junio. Una noche fresca, tras un día de calor. La brisa entra por las ventana, trayendo consigo matices: olor a ropa limpia, a pino, a carretera mojada. Es un olor muy característico, sin acercarse al petricor - el gran favorito. Es ligeramente distinto.

Y desempolva ese aire unos recuerdos inesperados. Noches a oscuras, bajo las estrellas. Priego en todo su apogeo, el incesante cantar de los grillos y ese calor reconfortante que te abraza. El silencio y la calma que lo envuelve todo.


Esa anodina sensación de pertenecer, de encontrarte en casa. De estar seguro, resguardado de todo mal. La certeza de que estas en donde debes estar. Los abuelos en su apartamento, con radio Olé de fondo. La ropa tendida en la sala de la colada. Las sabanas lisas azules y rosas. La pared que siempre estaba fresquita porque al otro lado sólo había tierra. El baño antiguo, que siempre tenia bichos, y un zócalo por el que apenas pasaba la luz. Dormirme las noches de verano con ellos era mi concepto de felicidad.


"¡Cuéntame un cuento, abuelo... el del capital Garfio y las patatas!” Y allá iba él, con más teatralidad que en el cine, misterioso y divertido. 


“Y venga pelar patatas, y pelar patatas... y por la noche se oía.... bruuuuum. Se había tirao un peo, el tío guarro.”


Y yo me moría de la risa. “Otra vez, abuelo, otra vez!”


Y también estaba ella, con ese genio, ese poderío, y a su vez, la persona más compasiva y tierna del universo. No recuerdo a nadie que me haya mirado con la alegría y felicidad con la que lo hacía ella. 


“Niño, ya están aquí”, decía, nada más abrir la puerta. “¿A que no sabéis lo que os he puesto para cenar?”


“¡Sopa! ¡Sopa!”


Y se reía, dichosa, mientras farfullaba: “¡Yo no sé que tenéis con la sopa, que sea invierno o verano siempre me la pedís!”


Subir las escaleras como locas, e ir corriendo a la cocina a servirnos dos generosos platos de sopa, con muchos fideos, pollo, jamón y huevo. Y siempre que venía preguntaba: “¿que tal habéis echado el viaje, se ha mareado la niña?’ Ella siempre sabía de mi debilidad a los vaivenes del coche, y jamás pasó una vez sin que su preocupación se hiciera notar. 


Su olor a laca Nelly, su baño/tocador, donde solo había un espejo y un estrechísimo váter. Su patio lleno de plantas colgantes, helechos y cintas. El amor por ellas, que cuidaba como si fueran un hijo más. Su cara, radiante, esa sonrisa que le invadía todos los surcos de su suavísima piel. Besar su mejilla creo que es de lo que más echo de menos. 


Muchas veces me sorprendo de buscarles por los rincones de mi cabeza, queriendo encontrarles y hundirme en sus brazos, en su recuerdo. En decirles cuantísimo les echo de menos, cuánto de ellos se ha forjado en mí. Que fueron y son mis protectores, y siempre lo serán.


Que mi infancia, adolescencia y madurez están con ellos, en sus casas de Priego, y que atesoro esos recuerdos como pilares de mi ser. Que son lo más bonito que tengo y he tenido, y que espero hayan recibido de mi el mismo cariño y devoción que yo por ellos. Que deseo con todas mis fuerzas poder volver a verles de nuevo, y acompañarles en un café. Llenar sus vacíos con besos y abrazos, y mecerles con ternura hasta que haya que partir.


Quiero pensar que en el fondo todo esto ya lo saben, y lo han sabido siempre. Que dentro de esas neuronas fosilizadas estará imperecedera esa conexión que nos une, aunque se queden aisladas y no sepan transmitir al exterior.


Yo por mi parte pienso hacer honor a todo aquello que me habéis enseñado, toda esa compasión que de vosotros he recibido, y honraros el resto de días de mi vida.


Y así queda dicho en esta noche de finales de Junio, con todos estos recuerdos y sensaciones que han entrado por la ventana.



6 de enero de 2021

Y qué fue


¿Y dónde estás? ¿Qué fue de tu vida? A veces te sueño, casi sin quererlo. Te abrazo y te intento hacer presente, retenerte de alguna manera al despertar. 


Pero despierto y no estás. No estás no es algo nuevo de ahora, es un vacío persistente, latente desde hace años. Un quiero y no puedo, aletargado con el tiempo; un eco enmudecido por la distancia y la rutina.


Cada vez parezco ser más consciente de tu ausencia, aunque nuestros presentes ya no encajen. ¿Cuánto dura la huella que nos dejamos? ¿Soy sólo yo? ¿O tú también lo notas? 


En un mar de dudas, a veces me sorprendo sosteniendo el teléfono pensando en hacerte esa llamada, mandar ese mensaje. Pero al final el mar se torna en tsunami y ahoga mis palabras con la violencia y la impasibilidad propias de la naturaleza.


Y sólo me queda el preguntarme, una vez más: Dónde estás. Qué fue de tu vida. 

15 de marzo de 2018

Sin pensar en nada

Unido a la mano de su joven nieto, estaba el anciano harto de vida y rebosante de sabiduría, cegado por la incesante luz del desierto y las malogradas arrugas de su rostro.
Se encontraban iniciando una larga ruta, hacia un lugar mejor. El joven tenía un montón de preguntas que hacer, por lo que a su abuelo no le quedaba otra que responder.

-¿Abuelo?...¿Alguna vez te has arrepentido de algo que hayas hecho?
- En la vida cometemos muchos errores, pero tampoco podríamos llamarlos errores, pues fue la única manera en la que pudimos obrar en ese preciso momento, instintivamente o premeditadamente. Según crezcas te darás cuenta de que no te arrepentirás de las cosas que has hecho sino que te arrepentirás de aquellas que no llegaste a vivir.
El desierto es implacable, puede que lamentemos cada paso que estamos dando al alejarnos cada vez mas de nuestro pueblo natal, pero cada paso que demos, en falso o no, nos abre un nuevo cúmulo de posibilidades y nuevas rutas por trazar.
-Abuelo..... se que me quieres decir algo, tal vez soy demasiado joven, o tal vez quiero hacer demasiadas cosas....
- Lo que quiero que entiendas es que no existe motivo para el arrepentimiento, pues todo puede cambiar según el punto de vista, por eso es de aconsejar que actúes críticamente y con juicio lúcido para no albergar duda al arrepentimiento, tan fiel y variable como nuestra sombra sobre la arena del desierto.
- Pero abuelo...
-¡Calla joven! mantén tus fuerzas, y guarda tus preguntas, aún queda un largo camino por recorrer.

19 de junio de 2017

Machi-Ma?

Ha sido necesario recuperar la contraseña, pero aquí estoy de nuevo, en esta intersección conocida de caminos afines. Todo lo que es igual, se hace diferente.

Yo ya no sé escribir ni creo en la muerte. He bajado a toda velocidad a las alturas del sufrimiento y he aprendido a hablar cuando nadie escucha. ¿El hombre es prodigioso porque puede elegir algunas cosas? O porque encaja con soltura las mayores catástrofes.

Yo creo que somos tan absurdos que nuestra fortaleza o quiebra nos reserva un remanente de risas. Es decir, somos de alguna manera la criatura más irónica del universo conocido (por nosotros). Podemos deshacernos y luego aparecer en un alborozo histérico. Luego olvidar, y a continuación, seguir siendo el ritmo marcado de una necesidad, de una vida ciega que se desea.

Mis palabras, mis imágenes y mis dulces símbolos. La realidad paralela que puebla mis sueños olvidados y amanecidos, la que acuna con rudeza la vehemencia de una lucidez que siempre permanece y se afirma. Qué haría yo si no cerrara los ojos y se encendieran todos los mundos, qué haría yo si al imaginar no recordara, si al saltar no descubriera en mi miedo, una llamada.

Por favor, que sí, que así sea, bailar una danza frenética con todos los nihilistas mientras el fuego es hielo y la tierra cae al cielo. Por favor, que sí, que me abro la sangre y mi corazón era una colmena. Por favor, que sí, que matar fuera como golpear el agua y que las sombras de los injustos no tocaron ni a la luna ni a los inocentes.

Que los errores sean sólo tiempo y el subjuntivo una cárcel sin puertas. Hoy sé que no se acabarán los gritos porque no proceden de la garganta, pero se pueden articular porque la atraviesan. Bramido o canción, sólo una opción de dos maneras.

3 de junio de 2017

Habrá miedo

Hola,

Caray, te veo y apenas me reconozco. Desprendes un aura de fuerza y seguridad que ya me gustaría a mi tener ahora. Eso está bien, me hace recordar que fui así en alguna época. Aunque tú y yo sabemos que eso no es más que el reflejo al otro lado del muro, porque dentro estás un poco hecha trizas. Pero al menos no dejas que eso salga de nuestra pequeña ilusion, y nos sentimos más nosotras en ese reflejo que en lo que hay dentro de nuestras murallas. Ojalá pudiera decir que eso lo mantienes a día de hoy.

En algún momento la muralla se quebrará, la ilusión y tus fantasmas se unirán en una sola realidad, y te aseguro que habrá miedo. Mucho miedo. Creerás cosas que antes ni habrías imaginado, cosas terribles. Mucho más terribles que un meteorito acercándose a la tierra. Mucho más que ser diagnosticada de una enfermedad incurable. Llegarás a tal punto de confusión e inseguridad que desearás acabar con todo, desearás desaparecer por completo. No volverás a ser la misma. No estás preparada para una sola realidad, y nunca lo hemos estado. Me gustaría decir que te recuperas y todo vuelve a ser como antes. Ojalá. Pero no será así. Tendrás que aprender a recomponerte, sin murallas, pues tardaste una vida en construirlas y eso ya no va a ser viable. Tendrás que aprender a vivir con esas dos realidades entremezcladas, sin escondite posible.

Pero, ¿sabes? En eso consiste tu fortaleza. Lo harás. Habrá mucho esfuerzo, muchas lágrimas, y muchas horas intentando entender qué fue mal, aunque eso sea lo de menos. Lo importante no será el por qué, y aunque intentarás reconstruir el muro mientras buscas una respuesta, volverá a caerse. Tendrás que asumir que el por qué siempre estuvo ahí, aunque no creyeras que esa fuera la razón de nuestras desdichas. Y lo aceptarás.

Entonces, saldrás de entre las ruinas y abrazarás el mundo de nuevo. Al no haber refugio te harás más fuerte, cada día que pases ahí fuera será la prueba de que puedes hacerlo. No negaré que tendremos momentos en los que volveremos a las ruinas, nostálgicas del imperio que erejimos, e intentaremos infructuosamente volver a hacerlo posible. Y siempre volveremos a salir. Tristes, sí, pues la nostalgia de lo que fuimos prevalecerá, pero más fuertes, más seguras. Más nosotras.

En definitiva, no mires atrás sino hacia adelante. Ahí está la solución, tu futuro y tu bienestar. Cuando lo hagas todo esto no habrá sido más que una pesadilla que te ha dejado marca, pero también serán los pilares que te sostienen, robustos e indestructibles. Y aunque parezca impensable, aprenderás a apreciar lo que nos pasó, pues ello hizo posible que saliéramos al mundo y evolucionáramos.

Habrá miedo, mucho miedo. Pero la recompensa tras esta ardua batalla seremos nosotras, sin temores ni remordimientos. Así que lucha, lucha con todas tus fuerzas y no decaigas: yo estaré ahí al otro lado. Reuniremos las agallas para escribir esta carta y nos daremos cuenta entonces de que lo hemos logrado.

Y, finalmente, seremos libres.

6 de mayo de 2017

Primera victoria

Es increíble el cómo las melodías son más capaces de hacerme recordar que mi propia voluntad.

Caer, levantarse, tropezar, seguir adelante. Es complicado no volver a repetir tus errores cuando los evocas lejanos y ajenos a tí mismo. Un año más tarde me hago a un lado para ver el camino recorrido, y no puedo más que asombrarme.

Si me pidieran que me describiese, jamás incluiría el valor entre las etiquetas. Más bien hablaría de inseguridad, miedos, fobias, y traumas. Siempre cosas sombrías y negativas, una forma más de esconderse y protegerse, de andar de puntillas porque nunca se sabe si el sendero es una repetición del mismo tramo.

Ya basta. No más melodías angustiosas, no más lágrimas vertidas sin más motivo que la sensación de que has sufrido. Me hago a un lado para admirar los pasos recorridos y reconocer, un año más tarde, todas esas etiquetas que me corresponden por derecho.

El camino y las decisiones me ha hecho quien soy ahora. No puedo más que sentirme agradecida, pues ello me demuestra que caer, levantarse, y seguir adelante me permitirá brillar con más fuerza, pisar más seguro.

Caminemos de nuevo.