14 de septiembre de 2013

La Melodía del Sabio

               
                El repentino despertar del sabio le sumió en la duda y el desconcierto. Llevaba tanto tiempo en aquel estado latente de reflexión y misticismo, que se sentía entumecido y abrumado ante la realidad, de nuevo expuesta ante sus ojos, de la que conocía tan poco en ese instante.

                Tomando el cayado que yacía a su vera, se izó el sabio una vez más, para explorar el mundo, vivirlo  y después volver a meditar. Era el eterno ciclo de su existencia, y con cada nuevo desvelar descubría y olvidaba a su vez todo lo que cosmos pudiese mostrarle. Creación y destrucción formaban parte a la par de aquel aprendizaje, por lo que negó todo cuanto supo, y se preparó para lo que estaba por ver.

                Anduvo mucho tiempo perdido entre los páramos brumosos de aquel terreno, habló con pájaros y escuchó lo que piedras y cantos pudieron contarle, mas demasiado hacía que el Hombre los había abandonado, y poco pudieron enseñarle. Se sumergió en heladas aguas, congeló sus cansados y callosos pies al caminar por la nieve, el cielo castigó su frágil cuerpo, y los árboles cesaron de darle cobijo. Consternado por la situación y lo deficiente de su nueva vivencia, se sentó a contemplar el paraje, intentando buscar algo nuevo, el regalo de lo desconocido.

                Fue en ese entonces cuando percibió el cantar de un extraño ser, que venía desde la lejanía. El cántico era melódico, lleno de matices suaves y cálidos, como el roce de un rayo de sol en una fría tarde de otoño. Cantaba a varias voces, que se mezclaban entre sí con una maestría y coordinación dignas del mejor elogio. Embelesado por la belleza de tal sonido, dejó llevar sus pasos sin percatarse de que se alejaba, con la premura del niño expectante, del refugio de los bosques.

                Presa del hipnótico hechizo de la gracia en su estado más puro, fue adentrándose poco a poco en la nueva civilización, plagada de ruidos y olores a los que no pudo prestar la mas mínima atención, tal era la fuerza del encantamiento. A poco estuvo de morir arrollado por el más extraño de los carruajes, pero ni eso fue capaz de frenar su inexorable caminar. De esta forma llegó a la fuente del sonido, lleno de ilusión y deseo.

                A pesar de que lo que encontró no era en absoluto lo que el sabio esperaba ver, no pudo articular siquiera palabras de descontento o expresar su asombro. Se trataba de un exótico artilugio de grandes dimensiones, a cuyo frente se sentaba una niña de tierna edad. Al aproximarse más descubrió que tocaba, llevada por la pasión, unas teclas blancas y negras que no podían pertenecer más que al instrumento. La joven, sumida en su propio universo, abrió los ojos y cesó el balanceo de su cuerpo para fijarse por primera vez en el anciano.

-          ¿Quién eres? – quiso saber, inconsciente de ante quién se hallaba.

                El sabio, quien no había tenido la oportunidad de aprender el nuevo idioma, negó con la cabeza, sin apartar la vista de las teclas. Señaló torpemente el artilugio, y después la señaló a ella. Sin embargo, a pesar de la sencillez de tal gesto, la niña comprendió enseguida y volvió a tocar. Cuando finalizó, alzó la vista y sonrió ampliamente, pletórica y ruborizada.

                El lento caminar del sabio hacia la niña se le hizo una eternidad. Con parsimonia y solemnidad se sentó a su lado, y posó suavemente un artrítico dedo sobre una de las teclas blancas. La niña rió, de forma cantarina y alegre ante el gesto de admiración del sabio, y se dispuso inocentemente a enseñarle a tocar.

                Dio entonces comienzo a una de las escenas más bellas jamás presenciadas a ojos del erudito, quien había olvidado todo para poder dejar lugar a aquella sublime experiencia. Sin necesidad de más comunicación que las propias notas, sabio y niña intercambiaron melodías y armónicos, silencios y corcheas, pero sobretodo sonrisas. No obstante cuando la chiquilla se levantó, con pesarosos ojos de despedida, el sabio rompió a llorar.

-          No temas. Puede que yo me marche ahora, pero la Música nunca se va. Está en cada uno de nosotros, en la tierra y en el agua, en la lluvia, el sol, las aves y el viento, no sólo en el piano. Puedes seguir creando música, donde quiera que estés, aunque no tengas tu instrumento cerca. Cuando sientas la llamada de la Melodía simplemente déjate llevar, pues no conoce de límites ni fronteras. El Mundo es tu instrumento, y está ahí para ti en todo momento. Mientras haya Mundo, habrá Música.

                Y con estas palabras, la niña marchó dejando al sabio atrás. Compungido frente a las teclas del piano, ya no pudo tocar más, pues notaba que sin la muchacha se había extinguido en él aquella poderosa fuerza que le impulsaba crear. Sintiendo que ya nada le quedaba en aquel lugar, volvió cabizbajo y desolado hacia el lugar en el que había despertado.

                Se sentó allí de nuevo, con los ojos llenos de lágrimas, percibiendo un inmenso vacío en su interior. Cerró los ojos, buscando de nuevo el consuelo del Sueño, mas no podía despejarse lo suficiente como para volver a dormitar. Sentía que aún le quedaba algo más que hacer en aquella Era: no había explorado tanto como le habría gustado, o tanto como sabía que hizo en otros tiempos. Pero el momento de meditar había llegado, y su Lapso se expiraba a un ritmo acelerado. Por primera vez en toda su historia, no deseaba que llegase ese momento. La ansiedad comenzó a carcomer su interior, mientras su mente se alejaba lentamente del cuerpo mortal, en contra de su voluntad. Aún le faltaba algo. Y no se trataba de ningún lamento relacionado con todo lo que todavía no había visto o experimentado.

                En los últimos instantes de consciencia, el sabio volvió a escuchar, suave como un murmullo, el rumor de la Naturaleza. Los pájaros piaban a lo lejos, los truenos rompían el horizonte más allá de donde la vista humana podía vislumbrar, y el siseo de las aguas le llegó tenue y difuminado. Fue entonces cuando, de improvisto, todo se reunió en una sola Gran Melodía, acompañándose todos los elementos entre sí, coordinados, perfectos, hermosos. No quiso partir sin hacer su pequeña aportación al conjunto, y mientras su corazón se paraba, henchido de felicidad, tamborileó con los dedos al son del compás del Mundo. Y así fue como el sabio marchó también, con un solo pensamiento de despedida:


                “El Mundo es mi instrumento, y esta es mi Melodía”


2 comentarios:

  1. Siento no haber tenido un momento antes para expresarte lo precioso que me parece el escrito.

    Me recuerda mucho a una escena particular de un libro de Hesse, El Juego de los Abalorios, a una frase en particular.

    -Te estás cansando José.

    Si te lo has leído o lo haces verás la fuerza que tiene, son las últimas palabras del Magister Musicae, una persona cuya alma se hizo de música y dejó de hablar.

    Decenas de años dentro de sí mismo para poder despertar escuchando, una simiente que solo nace de un silencio largo como el sueño que se sufre. Sin necesidad de hablar transitando la melodía antes de recibir su sabor, de manos de una niña que le enseñó que todo es música.

    Me encanta ese último instante en el que el viejo emplea su último suspiro en participar de la melodía del mundo, para alzar el alma hacia la unión sinfónica de los ritmos de la vida.

    Déjate llevar y baila, describe las escrituras con la sombra palpitante de la caricia omnipresente de lo que vibra, de lo que sostiene el universo y deviene los colores, el sonido, la inocencia, la sabiduría...en silencio, en música.

    La imagen también viene muy bien a la historia, pues como si expresara ese momento de la disolución.

    Un abrazo enchained nerak.

    ResponderEliminar
  2. Ois alí, que me emosionas! :')

    Muchisisisisismas gracias por el comentario *pose sugerente de manos sobre la mesa, cara, o cualquier superficie, mirada por encima de las gafas, cabeza gacha, Ya me entiendes* QUE ILUSION!!! ^^

    Me apuntaré ese libro, que viniendo de ti debe de merecer la pena, sobretodo si tiene que ver con la música :3

    Me encanta que hayas pillado el símil del letargo silecioso y el despertar musical :D Era algo sutil, pero me ilusiona un monton que lo veas de esa manera, porque era justo el paralelismo que buscaba ^^

    Y sí, dejémonos llevar, pues la vida es bella y está llena de notas y armonías. La vida es Música :)

    Un besazo enorme, tan grande como tú eres, mi gran amigo Alí :D

    PD: Y muchas gracias otra vez :DDDD

    ResponderEliminar