22 de marzo de 2011

Oh Capitán, mi Capitán.

No veo tus bellas palabras tras esta cortina de sangre, te seguí, manché mis manos de muerte cuando las quería limpiar de polvo, nos liberamos de las cadenas pero en lugar de arrojarlas lejos de nuestra presencia las bautizamos como látigo de nuestras venganzas. Malditas las cadenas que hasta lo huesos llegan, ya como prisión, ya como fusta; ya como amas, ya como amantes.

Tú, que llamaste paz a tu victoria, que hiciste de tu libertad triunfo y derrota, eres ahora esclavo de tus fantasmas, entregas el rostro a quien anoche te atemorizaba. No veo tu justicia que ahora arrebata lo que ayer se le robó, no veo tu libertad, que de derecho paso a peligro por desposar marido caprichoso e inmaduro que ni supo respetarla, ni temer el peso de su deber. Ni tu igualdad veo, que humilló a los grandes y ensalzó a los pequeños, hijos y testigos de tu cercenada palabra.

Olvidaste la tristeza y la melancolía del buen general y llevaste a la batalla, a nuestra batalla, ominosas sonrisas y sedienta euforia. La guerra no es una fiesta, sino derrota del hombre, humilla a la vida y tan solo se justifica en defensa de ésta. Dejaste de ver que rompe el sagrado valor de la vida, los soldados se elevan como dioses para caer como rocas.

De tu temor hiciste tu crueldad pues creiste que te hacía valiente porque tu corazón detuvo. Respeto creías alcanzar con tu salvaje mirada pero no era sino el terrible espanto por el vacío de lo que jamás debiera perderse.

Y, sin embargo, todos te seguimos.

Oh Capitán, mi Capitán, mi saludo es ahora mi decepción y tristeza mi despedida, tengo las manos demasiado manchadas de sangre para señalarle, no seré yo quien le libere y le condene, pero jamás se piense grande, es solo un esclavo más de la venganza, demasiado miserable para el perdón, demasiado cobarde para el amor, demasiado ciego para la esperanza.

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