19 de enero de 2021

Noches de verano

 

Es una noche de finales de Junio. Una noche fresca, tras un día de calor. La brisa entra por las ventana, trayendo consigo matices: olor a ropa limpia, a pino, a carretera mojada. Es un olor muy característico, sin acercarse al petricor - el gran favorito. Es ligeramente distinto.

Y desempolva ese aire unos recuerdos inesperados. Noches a oscuras, bajo las estrellas. Priego en todo su apogeo, el incesante cantar de los grillos y ese calor reconfortante que te abraza. El silencio y la calma que lo envuelve todo.


Esa anodina sensación de pertenecer, de encontrarte en casa. De estar seguro, resguardado de todo mal. La certeza de que estas en donde debes estar. Los abuelos en su apartamento, con radio Olé de fondo. La ropa tendida en la sala de la colada. Las sabanas lisas azules y rosas. La pared que siempre estaba fresquita porque al otro lado sólo había tierra. El baño antiguo, que siempre tenia bichos, y un zócalo por el que apenas pasaba la luz. Dormirme las noches de verano con ellos era mi concepto de felicidad.


"¡Cuéntame un cuento, abuelo... el del capital Garfio y las patatas!” Y allá iba él, con más teatralidad que en el cine, misterioso y divertido. 


“Y venga pelar patatas, y pelar patatas... y por la noche se oía.... bruuuuum. Se había tirao un peo, el tío guarro.”


Y yo me moría de la risa. “Otra vez, abuelo, otra vez!”


Y también estaba ella, con ese genio, ese poderío, y a su vez, la persona más compasiva y tierna del universo. No recuerdo a nadie que me haya mirado con la alegría y felicidad con la que lo hacía ella. 


“Niño, ya están aquí”, decía, nada más abrir la puerta. “¿A que no sabéis lo que os he puesto para cenar?”


“¡Sopa! ¡Sopa!”


Y se reía, dichosa, mientras farfullaba: “¡Yo no sé que tenéis con la sopa, que sea invierno o verano siempre me la pedís!”


Subir las escaleras como locas, e ir corriendo a la cocina a servirnos dos generosos platos de sopa, con muchos fideos, pollo, jamón y huevo. Y siempre que venía preguntaba: “¿que tal habéis echado el viaje, se ha mareado la niña?’ Ella siempre sabía de mi debilidad a los vaivenes del coche, y jamás pasó una vez sin que su preocupación se hiciera notar. 


Su olor a laca Nelly, su baño/tocador, donde solo había un espejo y un estrechísimo váter. Su patio lleno de plantas colgantes, helechos y cintas. El amor por ellas, que cuidaba como si fueran un hijo más. Su cara, radiante, esa sonrisa que le invadía todos los surcos de su suavísima piel. Besar su mejilla creo que es de lo que más echo de menos. 


Muchas veces me sorprendo de buscarles por los rincones de mi cabeza, queriendo encontrarles y hundirme en sus brazos, en su recuerdo. En decirles cuantísimo les echo de menos, cuánto de ellos se ha forjado en mí. Que fueron y son mis protectores, y siempre lo serán.


Que mi infancia, adolescencia y madurez están con ellos, en sus casas de Priego, y que atesoro esos recuerdos como pilares de mi ser. Que son lo más bonito que tengo y he tenido, y que espero hayan recibido de mi el mismo cariño y devoción que yo por ellos. Que deseo con todas mis fuerzas poder volver a verles de nuevo, y acompañarles en un café. Llenar sus vacíos con besos y abrazos, y mecerles con ternura hasta que haya que partir.


Quiero pensar que en el fondo todo esto ya lo saben, y lo han sabido siempre. Que dentro de esas neuronas fosilizadas estará imperecedera esa conexión que nos une, aunque se queden aisladas y no sepan transmitir al exterior.


Yo por mi parte pienso hacer honor a todo aquello que me habéis enseñado, toda esa compasión que de vosotros he recibido, y honraros el resto de días de mi vida.


Y así queda dicho en esta noche de finales de Junio, con todos estos recuerdos y sensaciones que han entrado por la ventana.



No hay comentarios:

Publicar un comentario