14 de febrero de 2011

El canto de Pandora.

He suspendido casi todo, he ido recibiendo el fracaso, la mediocridad, el abandono, la irresponsabilidad, el embrutecimiento, la violencia, la soledad desleal, la indolencia insolente, la relajación repulsiva, la flacidez de carácter, el desprecio cansado, el verbo arrastrado y legión más de miserables pasajeros que no terminaría de delatar.

Todo este tiempo los he señalado de indeseables intrusos, invasores de mi sacro gobierno, pero tras las vueltas del tiempo se ha ido desdibujando su verdadera posición en calidad de visitantes, invitados por mi propia voluntad. No allanaban, acudían.

Creo que la sospecha se fraguó en el hecho inusual de que ni por un instante asomó un atisbo de culpa, una agitación de espíritu, un lacerante deshonor ante el abandono y perdición no solo sociales o académicos, sino intelectuales e, incluso, espirituales.
Todo violencia, fuego, golpes sordos, tinieblas pero en cambio, ánimo oscuro pero en iluminada pasión.

Hoy, afirmo que me enorgullezco de todo esto, que lo elevo y lo respeto, que miro al ocaso y lo tomo por igual, que lo amo y lo desprecio, que asoma una sonrisa en el brillo febril de mi mirada y que la risa caerá como el rayo para derretir la herrumbre que cubre al niño que siempre seré.

Atlas mira al infinito desde los techos del mundo, su naturaleza expira y con ella caerá el cielo que sostiene. El cielo se hundirá bajo la tierra y ésta sublimará fugitiva del fuego de su violenta unión. Todo se mueve, nada tiene lugar, el tiempo se ha desvelado, el destino ha evaporado sus hebras y veo algo que no puedo nombrar, es caos perfecto, es orden último.

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