19 de diciembre de 2011

Testigo del ocaso

Mi más alta voluntad era hacerte el amor como tan sólo los poetas saben, mas en pleno vuelo hubo de cerrar las alas este sueño sin vigilia. Sé que no debo amarte y que aún te amo, embriagado de la luz que me inspiraste y que jamás podrá arropar tus sentimientos.

No vivo ausente de las razones que dominan el pesar de saberte tan lejos como aquella Luna, que aún desde el cielo, eleva y somete las pasiones del inmenso mar.

Camino por esta playa sin mañana seguido únicamente por las huellas de mis pasos solitarios, bajo las caricias cada vez más lejanas de ese Sol crepuscular que aún pervive en mí.

No me queda sino sentarme a la espera de este ocaso, el más bello y terrible. Imaginaré que el Sol es nuestro amor y el mar mi puro ser, y que en aquel inefable e inalcanzable horizonte se unirán por siempre en el sueño del que tuve que despertar.

Quiero que no dudes nunca y jamás de que si existiera una posibilidad que no atentara contra tu felicidad me arrojaría al mar, a nado hacia el horizonte, con tal de atisbar el último arrebol de este atardecer del sentimiento. Cual Orfeo con su Eurídice, hasta los mismísimos infiernos, con tal de tenerte en mis brazos no te miraría hasta salvarte con la luz de nuestro amor.

Mas no pudiendo ser, por más que tiemble mi alma, seré yo testigo de este ocaso, libertad para este Sol que pudo ser de los dos. Cuan lobo estepario recibiré la luz sensible y suave de la luna y me dejaré alcanzar en un aullido nocturno por el aroma de la melancolía, hasta esconder las sombras de la larga noche.

Luego proseguiré mi camino cargado del liviano recuerdo del más bello atardecer, el del amor.

"Tu mirada es como el sol que incinera mi corazón en las sombras del infinito..."

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