10 de febrero de 2012

Velos.

Comencé a escribir y mis manos hablaban de las trampas del alma, de los abismos del ser y de velos prohibidos para los sueños del hombre. Silencio, que calle este inmortal concierto, y mientras, veamos los truenos y escuchemos los rayos.

Habladme os lo ruego, de los velos traslúcidos que esconden la desnudez diáfana de las cosas puras, que yo os escucharé lejos muy lejos, con la atención prestada por la inocencia despierta del niño perdido.

Mirad como camina por ese pasillo sin paredes, temerario hijo de la vida, cree que juega al ajedrez pero podría correr, con los ojos vendados por las pasiones más encendidas, y no erraría un sólo paso. Mirad ese suelo acrisolado por el mosaico dual de las trampas más antiguas...y él, salta y ríe, canta y danza, juega y espera alegre caza de los signos del destino que atemperan su camino.

Creeréis acaso que ahora nada hacia lo profundo, desde un tiempo perdido en el recuerdo, hacia los castillos abisales de un mar, patria de antiguos naufragios.
Abraza al compás de un sentido elevado las aguas dormidas de sueños celestes. Y desnudo avanza por una corriente escondida las umbrías presencias que confunden su contorno.
¿Quién eres en la nada? Suspiran invisibles voces que a coro le alientan a volver y a perderse.
¿Quién eres en la nada? Cantan en terrible coro con una armonía tan bella que asombra y detiene sus sentidos, que hiela su sangre y confunde al corazón.
¿Quién eres en la nada? A trío tres veces repiten las sombras. Se detiene con la mente apagada, los ojos encendidos y el alma herida, buscándole ojos a las sombras más tiranas, creyendo ver banderas en la misma oscuridad. Intentando asir aire en el espacio, agua en el aire, sombras en la oscuridad.
¿Quién eres en la nada? Cuatro flechas, ni una más. Cae nuestro héroe en un sueño profundo, duerme más tiempo que las estrellas, sin flotar, sin hundirse, como sombra sin voz. Y en silencio se nutre con el tiempo una respuesta en lo más recóndito y seguro de su ser que se forja como la intuición de la mayor tormenta en el ánima de las fieras. Crece como el mar en el huracán o el fuego en el bosque más seco, como la primavera en la vida dormida, con la necesidad de la tempestad tras la calma, del grito en el silencio, despertando bestialmente en un golpe de conciencia que clama:

YO SOY LUZ.

Y ese coro, esa nana maldita, termina al fin con el aullido más espantoso y monstruoso, que despierta y glorifica el largo sueño de nuestro héroe desterrando sus enemigas a mil círculos de su camino.
Se observa, ahora puede, aún en la oscuridad que techa ya la mar de sus adentros. Una saeta de luz atraviesa su corazón pero no le mata, le quema, le enciende, le despierta. La saeta tiene en su cresta un hilo dorado que se pierde en el horizonte, lejos muy lejos.
Ya no nada, danza y recoge nuestro héroe su hilo con las caricias y los abrazos más delicados, tira y resuelve cada uno de los nudos que trae el camino de su sedal. Pescador de luz, pez de aguas profundas.

Aquel círculo de luz que inspiró al águila hacerse al agua, ese diminuto vestigio alentado por las alas de Gabriel, es la puerta de mil colores y riquezas que saluda su llegada. No hay cielo que no alcance, ni suelo que no ilumine. Fijando la mirada concentra la belleza. No hay punto que no abarque, ni centro que no rodee. Es la puerta.

La cerradura recibió su canción y entregó su aplauso. Bajó el templo o subió el héroe, recorrió salas y salas en un número que no entiende la mente y al fin llegó al principio que nos atañe.

La mano delicada y fuerte del nómada con patria acarició las vetas de la madera mientras empujaba lentamente la puerta que componían. La luz interior impactó en la atención de su mirada, bajando sus párpados e invocando su sonrisa.
La estancia le acogió, la puerta quedó oculta por la propia luz que de todas partes rendía y regía las formas y los tiempos del lugar. Tanta luz impedía observar e impelía a contemplar, pero sabía perfectamente qué era y qué buscaba, o qué encontraría.

Caminó hacia el lecho sagrado, con la mayor ternura, con las más alta pasión y en la más sabia paciencia retiró el dosel que protegía el sueño de su amada. El más silencioso abrazo les unió y el más amante y delicado cuidado guió los suaves ademanes con que retiró el velo que cubría el rostro de su amor.

Y bebió del último beso.

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