1 de diciembre de 2010

Volar, a mi manera.

He empezado este escrito unas cuantas veces, tantas como no lo he terminado, porque a mi parecer carecía de estatura para una cuestión tan elevada. Pero hoy lo sellaré, nacido de improviso en una noche fría de Diciembre, porque de improviso hablaré sólo yo. A veces, los dioses no susurran.
Por mi sombra que destierro al sueño hasta que tenga algo que ofrecerle.

Volar es despedir la Tierra para abrazar el Cielo, patria para los que saben danzar con el viento o cruzar los tiempos.
Es dádiva transparente de bello fondo a las miles de luces que cantan en la noche oscura pugnando por marcar nuestras huellas.Porque estoy seguro de que la última mirada del sabio Tales la dirigió a su tumba eterna y, sin embargo, su criada lloró de risa.

Tengo en la tarde de un sueño caminantes errantes que tenían su corazón nutrido por la llama del dragón. Nadie supo si aquellos hombres eran dragones o aquellos dragones hombres.Lo bello, lo sublime, es que podían volar.

Amaban al Sol y el Sol los amó, porque ellos lo amaban. Se inclinaron ante él y su fuego los devoró, porque ellos se inclinaron. Y en el fuego volvieron a crecer sus sombras en su antigua aurora.

El bramido que clama por la verdad de una ausencia y proclama tal vacío como el de un aposento con el suelo más alto que el techo.

Las palabras siguen su baile, tras la música que busca el camino, la lacrimosa del Réquiem, como el perro de Mozart, firme ante la lluvia.

Sólo los colmillos podrán quebrar el cascarón, sólo las escamas podrán acariciar la lluvia violenta, sólo la mirada sabia podrá atisbar el camino y el alma en guerra de paz, encontrar la fuerza, grandeza y nobleza requeridas para liberar del sueño. El peso es el culpable de nuestro ostracismo.

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