19 de octubre de 2011

Azul

¿Estás negro?
No, no estoy negro ya.
¿Estás blanco?
No, no estoy blanco aún.
¿Estás gris?
¡He dicho que no estoy negro ni estoy blanco!
¿Cuál es tu color?
Mi color ahora es azul, un azul marino en un mar sin olas que persigan los límites inalcanzables de sus abiertos horizontes. Un mar cuya serena y astral calma es vencida ante la aislada y desesperada turbación que nace de las garras que el león enfrenta. El león ansía vivir, la furia de la supervivencia le guía al extravío de la lucha más derrotada. No hay recuerdo en su mirada, que, como la caricia de un ángel guarda silencio en el secreto, sólo nada con la seguridad de ignorar origen y destino de su perpetua canción. Esa canción que rompe el sonido de su redención.
El cuerpo arde, más intensamente a cada instante, el león sigue ciego, ciego de vida ("¡ojos que al mundo se abrieron un día para, después, ciegos tornar a la tierra, hartos de mirar sin ver!"...sin tierra...sin tierra...sin tierra que entierre) y ciego sucumbe al fuego del estertor. Aquel estertor que acalla los golpes de su canción y en su última hora, la más amada, su última espiración se torna inspiración.
Se inflama su pecho sobre el silencio de las aguas y contagian sus restos la frialdad más mortal a las sombras del océano. El hielo crece desde este sueño hasta los confines de lo inalcanzable. El mar se hizo llanura y el hielo la gobierna, luce como la plata, ama como el mismo oro. Sobresalen en su plena planicie la mitad de los restos del león y su mirada de cristal es ahora de vidrio, último símbolo de su elevada voluntad.
El tiempo no existe...
Lanzada cae cual flecha el vuelo de un águila real presa de la gravedad de una infinita piedad, llega al tiempo a aquel león que miro sin ver los restos cautivos de la tempestad que fue. Devora con sacra crueldad los ojos que nunca cerró y hacen sangrar su interior como si de cristal fueran. Amor.
La luz se enciende, la luz se mueve, allá donde el más oscuro abismo habría de hallarse. Enhiestos comienzan a emerger de las antiguas cuencas los tímidos brotes de un nuevo vergel. Crece, crece, crece, como los árboles, lenta pero inexorablemente la aurora de una nueva y última esperanza que inunda todo y silencia...
...cualquier posible palabra.

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