19 de enero de 2013

Concerto


               
                Comienza siempre con una palabra, una frase, una imagen, o una simple melodía. El rostro se contrae en una mueca de repentina molestia, que provoca una leve irritación en los ojos. Mientras éstos enrojecen gradualmente, la respiración se entrecorta en una exhalación, para después derramar una única lágrima que recorre la mejilla, adagio, abriéndose camino entre la sequedad del rostro. Es el preludio de la catástrofe, y no hay regreso posible. Al menos, hoy no.

                El manantial de tu alma se abre y no cesa hasta la coda. A éste, se le suman los jadeos por falta de aire. El pulso se acelera, la vista se nubla, la mente se turba. En un macabro compás, los elementos se sincronizan a la perfección, comenzando en grave, siguiendo andantino y culminando en presto. El crecendo es inminente. 

                Los recuerdos bloquean la conciencia, permitiendo sólo el sentir, para bien o para mal. Escenas pasan prestissimo, y se pausan a voluntad de una Mano ajena al mero control racional. Voces en la mente susurran palabras que dañan lo poco que queda de ti, palabras que significaban Todo. Ya no ves lo que tus ojos perciben, pues la vista se queda clavada en un rincón, anclada para que el Ser no marche a la deriva siguiendo las escalas de la locura. No existe más realidad que el ácido que recorre tus venas, y los recuerdos a los que desesperadamente te aferras.

                El picco, por circunstancias, es imposible de alcanzar. Sin embargo, no existe sosiego para esta sinfonía de lágrimas y sollozos, de modo que tu única salida es el “smorzato” de la irrevocable cadenza. Ahogas tus gritos en tela barata, mientras te explotan los pulmones y el estómago sufre las consecuencias de la resonancia y el aplastamiento del diafragma. En un frustrado intento de calmarlo, te abrazas el vientre con desesperación, tratando de sostener algo que no terminas de comprender. El primer desahogo desencadena el frenesí y el descontrol, pues a éste se le siguen un tercero, un cuarto, un quinto; siempre siguiendo el crescendo establecido, en un tempo vivace. La garganta se inflama y arde como en el mismísimo Infierno. El cuerpo se convulsiona violentamente senza misura, de forma espasmódica, que no deja de aportar su ritmo a este concerto, hasta que el tempo original y el provocado por los acontecimientos se fusionan en uno solo.

                Es en ése entonces cuando, sin previo aviso, un repentino cansancio se apodera de tus músculos. Los dedos dejan de arañar la delicada piel; piano, las piernas aflojan su irrisorio nudo, los temblores cesan. La respiración y el pulso se van ritardando, hasta que ya sólo te queda el silencio. Acariciándote con tenerezza, alcanzas la quasi normalidad.

                Pero esto no es más que un engaño, puesto que se trata de un mero interludio, un simple aperitivo. Las memorias siguen ahí, como eterna constancia de tu incompetencia. Tratas de negarte, te resistes a que el concerto continúe, pero cuanto más te repites “No”, más consciente eres de tu propia miseria, y más te hundes en la oscura y vertiginosa melodía del desconsuelo. La cadenza amortiguada se repite aún más agónica que antes, y todo el proceso se sucede con una fortissima dinámica.

                Y finalmente, el cuerpo opta por el desarraigo. No necesariamente ad libitum, la calma va invadiendo poco a poco a todos y cada uno de los integrantes de esta Gran Obra. La desorientación intelectual es uno de tantos efectos secundarios de componerla y representarla ante el mudo e inerte público, pero el alivio es instantáneo.

                No existen más aplausos que el latir normal del corazón, ni más agradecimiento que una mente serena, salvada un día más de su posible perdición. Aunque, ¿quién sabe? Quizás la próxima vez que la inspiración vuelva, no tenga tanta suerte.

1 comentario:

  1. Vuelvo a leer y a entender. Se me saltan la lagrimas sin miedo, y llenas de esperanza, sabedoras de que la musica cambiara de color.

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