11 de enero de 2013

El comediante

... Se acercó sigiloso al ilustre y reconcentrado personaje con dos platillos de orquesta regional dorados y grandes. Se deslizó en su rostro una sonrisa muy decidida y con un ágil movimiento los hizo chocar entre sí, liberando un sonido atronador a escasa distancia de los tímpanos relajados del buen señor.

El solemne caballero pegó un respingo tal, que ni el más imaginativo y soñador hombre hubiera creído posible poco antes, dada la pesada evidencia de la constitución de la víctima. Mas la gravedad volvió a exigir sus justos derechos sobre el monopolio del cuerpo del fugado y espantado señor, con lo cual fue a estrellarse aparatosamente sobre la pista de aterrizaje que había anunciado su sombra durante el sucinto vuelo.

El delicioso sonido de la caída fue como la cuerda que empujó la flecha de la risa del simpático bromista. Así que tuvo el señor dicho acompañamiento acústico durante el tiempo que le llevó resolver su susto, interpretar tan extraordinaria sucesión de experiencias, localizar al protagonista de las risas y acometer la justa y viril exigencia de rendición de cuentas:

-¿Por qué ha estrellado los platos en tan íntima cercanía con mis oídos?

-¡Era una sorpresa!

-¿Una sorpresa? Yo dedico toda voluntad y ánimo de mi carácter en anular la sorpresa del mundo. Quizás por algún impresionante despiste no ha sido usted testigo de mi presencia, pero creo dejar bien claro con mi manera de respirar, mirar y andar que soy un ser pensante y contemplativo. Un viajante y comerciante del conocimiento humano, un homo failosofis, que a cada conocimiento esquiva una posible sorpresa. No puedo perder el tiempo y la seriedad que me cuesta horas conseguir, en tonterías chifladas y divertidas de un hombre tan sonriente como usted. ¡Deje de sonreír! Es usted un descarado, yo disertando y usted sonriendo. ¡Qué barbaridad!¡Qué incivilización! ¡Qué...!- debemos resignarnos a conocer que último alegato de altura humana y cultura iba a ofrecer este digno señor porque fue abruptamente interrumpido con un cambio drástico en su vestimenta-.

La sorprendente y novedosa interrupción que asaltó al vetusto y solemne señor fue una inclinación rápida del alegre personaje, fatídicamente acompañada de un firme agarre de sus elegantes y grandes pantalones, que acabaron inevitablemente bajo sus pantorrillas, pero sobre sus zapatos.

-Se estaba usted acalorando-dio como resumida y lúcida explicación-.

-!!¿CCCCCo...QQQuui...ussssttt...RRRRRRRRRiiie...?¡¡-razonó el venerable señor con una singular articulación de innegables y sobrecogedoras ideas que parecieron sumamente divertidas a su interlocutor-.

-Jajajaja, no hay por qué darlas, si me estoy divirtiendo mucho. Jajajaja -dijo con lágrimas de incontenible felicidad-.

El hondo y amplio señor, pese no a ser un hombre de acción sin mucha reflexión, había pensado tanto a lo largo de su larga y fecunda viva que llegó, con una rapidez sobrehumana y un un hilo de pensamientos, que lamentablemente desconocemos, a la firme conclusión de que era muy necesario estrangular al comediante. Pero la benévola naturaleza del risueño ser le llevó a malinterpretar tan pasional gesto con un reclamo de cariño y sin pensárselo tres veces corrió a fundirse en un abrazo con él.

El notable caballero quedó mudo al instante pensamos que conmovido de agradecimiento, con una coloración rojo escarlata en su rostro que debía deberse a la persistencia del calor en su cuerpo, pese a los esfuerzos de su nuevo amigo con sus pantalones.

Pero un hombre de buenas costumbres tiene la natural inclinación de fidelidad para con ellas así que en una cercanía tan cómoda y accesible con las cartucheras del honorable señor era casi una obligación moral desarrollarse con total dedicación al esotérico arte de las cosquillas.

Jamás se oyó bajo los techos del mundo una risa tan liberadora, apasionada y decidida como las del buen señor, que sufría de hipersensibilidad hilarante sobre esta zona tan reservada de la anatomía humana.

Desconocemos cuanto tiempo estuvo riendo uno y riendo el otro pero ambos lo hicieron en compañía y con regocijo. La risa es tiempo que se pasa entre los dioses y se conoce que el comediante debió de quedarse allí, porque cuando despertó como quien dice; el soberano señor se encontraba sólo, sobre el suelo que le recibió y con los pantalones a una altura muy humilde.

Se levantó con una sonrisa y se marchó.

Se piensa que aquel día aprendió o recordó algo importante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario